marzo 22, 2011

Erase una vez...

Erase una vez una niña de 7 meses en los brazos de su madre, tocando a la puerta de un nuevo comienzo en su corta vida, la casa de sus abuelos, las personas que más la han querido en el mundo.


Mi Abuelo
Aún recuerdo esos domingos por la tarde cuando mi abuelo me llevaba a caminar y me compraba esos chocolates Winter con maní que tanto me gustaban, con mi helado vasito de Donofrio, pero más recuerdo cuando me decía mira por allá y señalaba con su dedo el cielo mientras observaba el sol naranja que se ponía en el atardecer.


Donato era una persona singular, chinchano de nacimiento, siempre vestía pantalón de terno con la basta hacia afuera. Tenía un gusto exquisito por las cosas buenas y simples de la vida, cosa que trato de copiar, él era único sin hacerle daño a nadie.


Con él miraba películas que a pesar de mis cortos años siempre me asombraban sus elecciones por el efecto que dejaba en mi, pues no era de los hombres que solo razonan con la adrenalina de una película de acción o con el hecho que haya una calata. 


Cerraba el cajón tres o cuatro veces, igual que la puerta de la casa, no sabía si tenía como un pequeño desorden compulsivo o simplemente era un perfeccionista innato, su cajón era intacto y si movias asi fuera un palo de fósforo, él lo notaba.


Extraño mucho verlo afilar sus navajas con la piedra y el asentador de cuero que colgaba de la puerta pues mi abuelo era peluquero y era el mejor.


Mi Abuela
Edelmira, Edelmira, que nombre tan raro pensaba yo, ¿mi abuela? pero es que así ya no existen, se extinguieron totalmente, ya quisiera yo ser la cuarta parte de lo que ella era y es que tan fuerte puede ser una mujer, tan trabajadora y desinteresada a la vez.


Las noches en que mi puerta estaba junta, yo veía una línea de luz que asomaba en la puerta, escuchaba a lo lejos el televisor con las noticias y en silencio la esperaba.
Hechadita en mi cama con pijamas, pasaba el rato moviendo las sombras de mis dedos en la pared o imaginando vidas paralelas.


Hasta que entraba ella y se sentaba a mi lado para rezar: el Padre nuestro, el Ave María y el angel de la guarda, asi todas las noches antes de dormir, la mejor parte era cuando ella hablaba haciendo su introducción agradeciendo, diciendo cosas cálidas siempre.


Hay un don, creo yo, que deben tener algunas personas por ahí, yo conocí una.


Algunos días cuando uno se siente angustiado, solo, sin remedio y caballero nomás tienes que sentirte así hasta que se te pase lo odias pero no sientes confianza ¿a quien le importan tus problemas? a nadie.
Esas noches no era necesario decir nada, ella lo sabía, lo sentía, tenía ese don de consuelo con las palabras exactas y la confianza que albergaba en ella, la extraño tannnto ...
Abue: Solo quisiera que me dijeras algo, como antes, por favor. Te necesito. Donde estás?